Bioética y final de la vida
Bioética y final de la vida
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El trasplante de órganos
Trasplante
significa mover o cambiar algo de lugar, en el caso de órganos para obtener uno
es necesario la donación de éstos que sucede en un contexto con elevados
estándares de justicia social y distributiva: la asistencia sanitaria es
generalmente universal, la situación de enfermedad o desempleo es compensada
económicamente, las facilidades para el tratamiento con diálisis son amplias y
las posibilidades de obtención de órganos e intercambio de estos órganos
obtenidos en donantes fallecidos son elevadas. El diagnóstico de muerte se debe
valorar desde un punto de vista científico.
¿Cuándo se considera muerte?
Se considera
fallecida toda persona que presente un cese irreversible de las funciones
circulatorias o respiratorias, o un cese irreversible de las funciones del
cerebro completo incluyendo el tronco del encéfalo. La ausencia de latido
cardiaco está asociada al concepto tradicional de muerte, y en el pasado, antes
de la publicación de la Ley Española de 1979, era el criterio válido y único
para proceder a la extracción de riñones. La introducción de la muerte cerebral
como sinónimo de la muerte del individuo y equivalente a todos los efectos
científicos, legales y éticos a la muerte cardiaca tradicional, constituyó el
factor fundamental para poder incrementar tanto el número de donantes como el
de órganos extraídos y de tipos de trasplantes realizados. Sin embargo,
asegurar el final de la vida por muerte encefálica, tras aplicar las
actuaciones determinadas en los protocolos, exige siempre la realización de una
exploración neurológica que deber ser “sistemática, completa y extremadamente
rigurosa”. Desde el punto de vista exclusivamente ético se plantea en ocasiones
si es correcto mantener o iniciar la ventilación mecánica y aplicar medidas de
soporte circulatorio a una persona con lesiones cerebrales irreversibles, pero
que todavía no cumple los criterios de muerte cerebral, con la finalidad
exclusiva de que vaya a ser donante de órganos.
Dilemas
éticos por las características del órgano donado para trasplante
La denominación que
se aplica a determinados órganos de donantes aceptados con criterios expandidos
es la de órganos procedentes de donantes con riesgo no estándar.
–
Órganos de donantes con virus o anticuerpos positivos para hepatitis B,
hepatitis C y VIH.
– Órganos de donantes con procesos
infecciosos.
– Órganos con anomalías morfológicas.
– Órganos de donantes de edad avanzada.
– Órganos de donantes con patología asociada
(hipertensión, diabetes, insuficiencia aguda, toxicidad por drogas o fármacos,
etc.).
–
Órganos de donantes con cierto tipo de tumores.
Cada donante y cada
órgano pueden presentar circunstancias especiales, a veces conocidas sin
dificultad, otras veces tras pruebas diagnósticas y en ocasiones imposibles de
verificar, que hagan que la calidad de estos órganos o tejidos no sea la mejor
de las posibles.
En estas
condiciones no ser fácil asegurar que el órgano trasplantado alcanzará una
determinada función y supervivencia. El facultativo responsable del trasplante
debería ser capaz de explicar al potencial receptor todas estas peculiaridades
para que, una vez bien informado, pueda ejercer el derecho de autonomía y
aceptar o rechazar el trasplante. el riesgo en términos estadísticos que
suponga el tratamiento con trasplantes debe ser menor que el riesgo de fallecer
en caso de continuar en lista de espera para trasplante.
Trasplantar riñones
de donantes jóvenes a receptores de más de 60 años, que por biología van a
tener unas expectativas vitales reducidas, sería perder años de potencial
funcionamiento renal, ya que esos riñones en receptores de menor edad pueden
mantenerse funcionantes muchos años más. Éticamente también está justificada la
utilización de órganos de donantes expandidos por edad, ya que la principal
causa de muerte entre quienes esperan un trasplante es el retraso en recibir un
órgano.
Por ello, ente
órganos no convencionales hay que hacer una valoración del riesgo-beneficio.
Donantes con tumores son criterios absolutamente excluyentes. Sin embargo,
algunos tumores del sistema nervioso central con mínima o nula capacidad de
metastatizar pueden seguir siendo considerados como órganos útiles.
Dilemas éticos por la asignación de órganos entre la
lista de espera
Dado que la lista
de espera para trasplante renal es la más numerosa y donde se observan grandes
variaciones en los tiempos de acceso al trasplante, coincidiendo con idéntica
necesidad receptores que solo llevan algunos meses en diálisis y otros que han
tenido que esperar 10 años o más, hay que actuar con más cuidado para evitar
polémicas que puedan resultar negativas en los índices de donación.
Los criterios de
distribución de riñones tienen que ser totalmente objetivos, exclusivamente
médicos y que busquen el máximo beneficio del receptor, de carácter público,
aceptados con el mayor consenso posible y basados en normas de actuación que
tengan entre sus objetivos el elegir al mejor receptor de entre todos los
posibles. Estos criterios tienen que ser verificables, esto es, cuando un facultativo
elige a un posible receptor y deja a otros sin trasplante, tiene que ser capaz
de clarificar la selección y justificar los motivos de aquella elección, y
siempre dos observadores independientes deberían elegir al mismo receptor si
aplicaran idénticos razonamientos. Y finalmente, los criterios aplicados en la
distribución de los riñones tienen que ser revisables para que puedan ser
actualizados de acuerdo con los progresos y avances médicos.
Aceptables:
– Urgencia.
– En
función del beneficio terapéutico.
–
Características médicas del receptor.
–
Antigüedad.
Inaceptables:
– Utilidad
social.
– Decisiones colectivas.
– Lotería.
– Contribución del paciente a su problema médico.
– Inclusión
en más de una lista de espera.
Aunque
el azar sería un criterio neutro en la distribución, entre una gran lista de
espera, de un recurso escaso como los riñones, es a todas luces injusto por
irreflexivo, al no estimar ningún criterio médico y disminuir probablemente las
posibilidades de supervivencia con injertos distribuidos aleatoriamente. La
sociedad española tampoco parece dispuesta a aceptar la exclusión de un enfermo
porque las administraciones sanitarias le estigmaticen como culpable por haber
contribuido a su problema médico (tabaquismo, alcoholismo, nefropatía por
analgésicos, etc.).
Los
profesionales sanitarios no debemos hacer ningún tipo de distingo o
discriminación por el origen de las enfermedades de los pacientes. Cada caso es
una necesidad y merece toda la atención sanitaria y social, y no se debe
aceptar la exclusión de tratamientos con trasplantes de ciertas patologías y
pacientes. No obstante, es preciso concretar las exclusiones a la aceptación
para trasplante, siempre basadas en razonamientos objetivos y científicamente
probados.
Se
debe considerar inaceptable cualquier distribución de órganos que tenga en
cuenta anteriores consumos de recursos. A diferencia de las compañías
sanitarias privadas, donde muchas prestaciones tienen límite en días de estancia,
intervenciones quirúrgicas o gasto económico, los trasplantes de órganos no
pueden en ningún caso discriminar a aquellos receptores que puedan haber
desarrollado complicaciones o enfermedades para las que haya habido que hacer
frente con tratamientos caros, complejos o prolongados. Finalmente, se debe
extremar la vigilancia para evitar ventajas por parte de algún paciente que
pretenda acceder antes al trasplante mediante la estrategia de incluirse en más
de una lista de espera.
Partiendo
de un número pequeño y siempre escaso de órganos para trasplante, es lógico que
se deban distribuir entre aquellos receptores que por sus características de
enfermedad de base, edad y condiciones de compatibilidad HLA y anticuerpos HLA
vayan a presentar una mayor supervivencia con menor posibilidad de rechazo
agudo o crónico. Este concepto ha sido defendido por prestigiosos profesionales
con la ayuda de grandes estudios multicéntricos que han mostrado siempre
mejores supervivencias de injertos renales con relación a menores
incompatibilidades HLA. Criterios basados exclusivamente en maximizar la
supervivencia del injerto debería aplicarse además con ciertos matices, porque
de lo contrario difícilmente le llegaría un trasplante a un receptor de 65 años
que, simplemente por ley de vida, tendría menos posibilidades de supervivencia
a 10 años que un receptor de 45 años; o a un receptor de un segundo trasplante
renal, que habitualmente tiene menor supervivencia que un receptor de primer
injerto.
Ejemplo:
Un donante de 18 años fallecido de traumatismo craneoencefálico (TCE) a un
receptor de 72 años solo porque coincidan sus seis antígenos de HLA. Por muchas
razones, este trasplante no lograría una supervivencia del receptor del
trasplante muy prolongada, que estaría limitada por otras enfermedades
asociadas o simplemente por su edad. Por ello, en el presente se prefiere una
primera asignación de acuerdo con donantes jóvenes para receptores jóvenes y
donantes mayores para receptores mayores, lo que se denomina age
maching u old for old. En cuanto a las características médicas del
receptor, introduciríamos la valoración del nivel de anticuerpos anti-HLA
desarrollados por anteriores trasplantes, transfusiones o embarazos. La
“ventaja” que se les proporciona a estos pacientes solo sirve para equilibrar,
en cierta medida, sus posibilidades de trasplante al poder analizarse un mayor
número de órganos y primar el resultado de una prueba cruzada negativa. También
pueden considerarse en la selección compatibilidades respecto al sexo, el tamaño
del órgano y las edades del donante y del receptor.
Y
finalmente la antigüedad. La mayoría de la sociedad entiende que el orden de
llegada tiene que ser considerado y valorado en la distribución de cualquier
bien escaso. Todos estos criterios comparten éxito, aprovechamiento de recursos
y justicia distributiva, ya que de acuerdo con los principios generales de
bioética del Informe Belmont el criterio de justicia es fundamental. Consiste
en dar a cada cual según su derecho o imparcialidad en la distribución de un
recurso o un tratamiento.
La
relación entre los tres principios básicos de la bioética es sorprendentemente
fuerte, siendo posible establecer una correspondencia directa entre ellos: el
paciente se rige por la autonomía, el médico y la familia por la beneficencia,
y las terceras partes por la justicia. La autonomía y la beneficencia tienen
que ver con el bien individual, mientras que la justicia mira por el bien común
o bien de todos, que es siempre un bien superior al bien de un individuo
concreto.
Autor del resumen: Arturo Saldivar (Médico en formación de la UA de Bioética)
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